Ahí seguía él, en el muelle, mirando el mar. Rose se acercó. Sólo deseaba abrazarle; decirle que lo sentía. Lo intentó de nuevo y al hacerlo, él volvió a desaparecer. Y lloró toda la sangre que había vertido. Se lo merecía. No pensó en el infierno mientras lo mataba.
Un microtrance es un viaje, un momento. Una bocanada de inspiración. Una pequeña historia que sale de su escondite y muestra un poco de mi alma. Si te atreves, estás invitado a leerlos.