Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de enero, 2020

Hermosa

Siempre le habían dicho que era muy guapa, que llegaría muy lejos en la vida. Al principio no lo entendía, ¿qué tendrá que ver ser guapa con conseguir lo que quería? Pero el tiempo les dio la razón. Ser atractiva le había abierto muchas puertas. Era algo asqueroso. Pero en cierto modo le hacía sentirse mejor cuando los destripaba.

Detective secreto

—¿Quiere dejar usted se seguirme? —le gritó la mujer enfadada. El resto de los clientes de la cafetería levantaron la vista para contemplar la escena. Fermín bajó el periódico que fingía leer y se hizo el sorprendido. —No sé de qué me habla señora. La mujer le arrebató el periódico de las manos y lo enrollo para golpearle en la cabeza. —¿Qué no sabe de que le hablo? —Miró a su alrededor y se dirigió al resto de personas— ¡Pero qué cara más dura! ¡Sí lleva detrás de mí desde que he salido de casa! —Volvió a centrar toda su atención en él—. Pero si es imposible no fijarse en usted, con ese estúpido sombrerito ¡Y seguro que debajo de esa gabardina no lleva nada de ropa! ¿Qué es usted? ¡Un pervertido! El encargado se acercó. —¿Está bien, señora? ¿Quiere que llamemos a la policía? La mujer asintió satisfecha y Fermín se empezó a poner nervioso. «No, otra vez no». Perdería a su cliente, pero no estaba dispuesto a pasar otra noche en el calabozo. Se levantó, y salió del local

La última viñeta

Todo lo que dibujaba se hacía realidad, y lo que en principio le había parecido un don maravilloso, ahora era una auténtica pesadilla. Sobre todo por que ya no podía hacer lo que más le gustaba sin que hubiera consecuencias. Apoyó el lápiz en la lámina y empezó a trazar líneas con convicción. Sería su último trabajo, su última viñeta. Al acabarlo lo contempló: era el dibujo de un hombre que se parecía a él mismo. Pero le faltaba algo… ese brillo en los ojos, ese color rosado en sus mejillas. No daba la sensación de que estuviera vivo. Sonrió satisfecho y se sentó a esperar.

Vlad

Vladimir era un tío pálido, de aspecto enfermizo y muy siniestro. Decían que nunca salía a la calle de día, pero que cuando no tenía más remedio, siempre llevaba un gran paraguas para protegerse del sol que le provocaba graves quemaduras. Hablaban de que era un criminal, de que conseguía bolsas de sangre en el mercado negro. Que con ellas se mantenía vivo, que le hacían más joven. El día que la pequeña Ruxandra desapareció, pensaron en él, y dijeron en voz alta lo que todo el mundo pensaba: Vlad era un vampiro y seguramente la niña era una de sus numerosas víctimas. Nadie dudó de su culpabilidad y sin pensarlo dos veces irrumpieron en su casa para lincharlo. El pobre no aguantó demasiado. La niña apareció al día siguiente, se había escondido para llamar la atención. En la autopsia se confirmó que Vladimir tenía porfiria.

De la huerta

—¡Compre productos de la huerta! —Eduardo se desgañitaba desde su puesto del mercadillo para atraer clientes— ¡Cultivados de forma natural y orgánica! ¡Sin pesticidas! —¿A cuanto tiene los tomates? —preguntó una señora agarrando un enorme y rojo ejemplar. —A 5€ el kilo. —La señora lo miró incrédula—. Mire, este primero se lo regalo para que pruebe lo bueno que es —le contestó a la par que le guiñaba un ojo. La señora se fue muy contenta pensando en la ensalada que le iba a preparar a su marido. Eduardo sonrió. Una vez que lo probaran, estarían enganchados.

Noticias

Después de años de duro trabajo, todo ese esfuerzo había dado sus frutos. Jareth era famoso en el mundo entero. No había ni una persona que no lo conociera, o que al menos no hubiera oído hablar de él. Ahora sí que lo tenía todo: dinero, fama, poder… ¡Oh si! Un poder inmenso que tenía al mundo en vilo. Acarició el detonador con el dedo, y echó un último vistazo a las aterrorizadas personas que tenía secuestradas en ese edificio. Cerró los ojos y pulsó el botón con decisión. Pero su chaleco no explotó.

Vejez

Habían pasado muchos años. Demasiados. Las arrugas en su piel lo demostraban. Apenas podía caminar erguido y los dolores le martirizaban cada vez más. Sin embargo ella seguía igual que el primer día. Joven, guapa, radiante. Y, como siempre, le miraba con una preciosa sonrisa. Casi no parecía ni que estuviera muerta.

Copia

Hacía una copia de seguridad a diario para evitar perderlo todo si se caía el sistema. Un día se olvidó, y ese día ella se perdió para siempre.

El regalo

Todos los días pasaba por delante de la joyería camino al trabajo, y siempre se fijaba en los pendientes con diamantes que había en el escaparate. Le había dicho a su marido un montón de veces lo bonitos que eran. Por eso, cuando pasó el día de su cumpleaños y vio que no estaban, se volvió loca de la alegría. No se merecía a su marido, se había gastado un dineral en comprarlos. Estuvo todo el día nerviosa, y al llegar la noche habían quedado para cenar fuera. —Cariño —dijo él cuando estaban en los postres—, te he comprado un regalo. Sacó una cajita pequeña del bolsillo. —Eres un detallista —le dijo con el corazón desbocado. Abrió la cajita y vio dentro un anillo de plata. Cutre. Feo. Barato. Sonrió y continuó—, no deberías haberte molestado.

Guillermo Tell

—Quédate ahí y no te muevas —le rogó preocupado a su hijo. Era famoso por su puntería, pero atravesar la verde manzana sobre la cabeza de su vástago era algo que le inquietaba. Cogió aire, apuntó y cerró los ojos.

Perseguida

Te has quedado sin aliento y apenas sientes las piernas. Pero tienes que seguir adelante, no te queda otra. Por que si te paras, la vida te atropella.

Juguetes

—Como no recojas la habitación, lo haré yo y tiraré todos tus juguetes. El niño miró a su madre con terror en la cara y empezó a ordenar su cuarto. La mujer sonrió, su pequeño se estaba convirtiendo en todo un hombrecito ¿hasta cuando podría seguir utilizando esa amenaza?

Hogar, dulce hogar.

Los espíritus susurraban en el interior de la vieja casa abandonada. Habían escondido el libro que nunca debió ser escrito, que yacía lleno de polvo en un hueco del techo. Era un libro maldito que nadie, bajo ningún concepto, debía leer. Pero estaba a buen recaudo, ellos se habían encargado de ello. De pronto la puerta se abrió y una pareja entró en la casa. —Cariño —dijo él—, ¡este será nuestro hogar! Ella lo miró con ilusión. Aunque por dentro sólo podía pensar en la cantidad de reformas que tendrían que hacer. De momento bajarían esos techos.

La carta

A Rafa no le gustaba estudiar, eso era de frikis. Pero tampoco le hacía falta. Sus padres tenían tanto dinero que podían comprar cualquier cosa. Sí, cualquiera, hasta el título que necesitaba para acceder al puesto de trabajo en el que con sus apenas dieciocho años cumplidos cobraría un auténtico dineral. El día que llegó la carta con el título, fue personalmente a Correos a recogerla, era lo mínimo que podía hacer para ganarse su puesto. No se molestó en abrir el sobre, lo llevó directamente a la oficina y se lo entregó a la secretaria. —Tranquilo señor Ruiz, yo me encargo de entregársela al gerente. —le aseguró guardando el sobre cerrado. Esa misma semana Rafa ya estaba disfrutando de su nuevo puesto. En otra parte de la ciudad, un jubilado llamado Rafael Ruiz recibió por correo un titulo de Máster de dirección de empresas. Le extrañó, pues él lo que había pedido era un catálogo de productos ortopédicos.

Dilema

—Pareces confundido ¿qué pasa? ¿no te gusta? Martín miró a su alrededor. Toda la habitación estaba pintada de un horrible rosa chicle. No podía quejarse: su amiga se había ofrecido a hacerle el trabajo gratis, como práctica, y él había cometido el error de confiar plenamente en su criterio. ¿Y qué podía hacer ahora? ¿Decirle la verdad y disgustar a su amiga? ¿Mentirle y tener que vivir en esa habitación sin mirar las paredes? Sintió un golpecito en el hombro, ella lo miró expectante, esperaba una respuesta. El sonrió y empezó a hablar sin tener clara su decisión.. —Pues mira, Ana, te voy a ser sincero…

Amor incondicional

La amaba con locura, como nunca había amado. Perdía la cabeza cada vez que pesaba en ella. La añoraba, la esperaba, la soñaba. No veía el momento de reencontrarse con ella. ¿Cómo podía gustarle tanto su cama?

Zapatitos

—¿Cómo me van a venir pequeños? ¡Si yo calzo un 35! ¡Éstos son mi número! —espetó la señora indignada. El dependiente de la zapatería llamó al encargado, pues la mujer ya alzaba la voz y estaba llamando la atención del resto de los clientes. En cuanto el dueño salió y reconoció a la mujer resopló y se acercó a ella. —Doña Cenicienta —le dijo en tono conciliador—, déjelo por favor, que ya tiene una edad…

El glotón

Lo llaman El Glotón porque nada es capaz de saciar su gula. Nadie lo ha llegado a ver nunca y los pocos que han logrado escapar sólo son capaces de recordar su pútrido aliento y el asqueroso rugido de sus tripas. Sale de noche, y espera paciente en calles oscuras y desiertas para engullir a algún incauto desgraciado y dejar solo sus huesos mondados. Siempre vigila, siempre hambriento, siempre al acecho.

Fiestón

—Esto es brutal —le gritó a su amiga para que la oyera por encima de la música—. Nunca había estado en una fiesta tan bestia. —Yo tampoco —le contestó. De pronto las luces empezaron a parpadear más rápido y la música subió el volumen. —Esto es brutal —gritó a su amiga para que la oyera por encima de la música...

Reincidentes

El policía perseguía al ratero calle abajo. No lo iba a dejar escapar. Aceleró el paso y lo aplacó cuando iba a doblar una esquina. Ambos se miraron y dijeron al unísono: —¿Otra vez tú?

La película

No podía despegarme de la pantalla, no ahora. La película estaba en su momento álgido, por fin iban a resolver el crimen. —¡Señora! —volví a escuchar. Me estaban llamando pero los ignoré. —¡Tiene que salir de ahí y venir con nosotros! Uno de los bomberos que estaba en la ventana se armó de valor, y entró en mi salón a pesar de que se había derrumbado parte del techo, y que el fuego y el humo empezaban a entrar por la puerta.  Salí viva, sí, pero nunca supe quién había sido el asesino.

La carrera

—¡Corre!, ¡corre!, ¡corre! —El niño gritaba entusiasmado. No podía perder esa carrera. Se había apostado su bolsa de gominolas. Pero su caracol debía de estar sordo, por que la babosa de su amigo le dio una soberana paliza.

Insaciable

Era insaciable. Su orondo y atiborrado cuerpo era capaz de albergar en su interior todo lo que le suministraban. Parecía no llenarse nunca. Hasta que llegó el momento en el que tuvieron que tomar cartas en el asunto y terminar con aquello. Bastó con un martillazo para romperlo en mil pedazos. Separaron las monedas y billetes de los restos de cerámica. La hucha con forma de cerdito estaba casi llena, con eso les llegó para pasar el fin de semana en el balneario

Campeon

No se sentía bien. Había ganado, sí, pero ¿se lo merecía? La competición había estado muy reñida, y al final la suerte se había puesto de su lado. Pero a su parecer, sus contrincantes lo habían hecho mucho mejor que él. Subió al podio, y sostuvo el trofeo con una sonrisa fingida aunque por dentro solo quería que la tierra se lo tragara. ¿Nadie se daba cuenta que todo eso era absurdo? En sus entrañas, el impostor gimió de gusto. Empachado de la confianza y el talento robados, se relamió y se durmió hasta la siguiente oportunidad..

El progreso

Esto de las nuevas tecnologías le venía grande. Llevaba muchos años en la empresa realizando un trabajo impecable. Eso sí, todo el papeleo a mano. Así que cuando le plantaron el ordenador portátil encima de la mesa, no supo reaccionar.  Nunca había visto uno tan de cerca. Lo observó durante unos minutos y le dio un par de vueltas. «¿Esto de que lado iba?». Tenía un montón de ranuras de diferentes formas, pero ninguna coincidía con el cable que, se suponía, lo conectaba a la luz. Tampoco era capaz de abrirlo, pulsó todos los botones, tiró de todas las hendiduras… Suspiró exasperado, «qué manera de dificultar las cosas». Sacudió la cabeza «¿Y esto es el progreso?» Apartó el extraño aparato infernal a un lado y volvió con sus informes perfectos… no estaba para perder el tiempo con tonterías. En menos de una semana, un jovencito ocupaba su puesto. No tenía ni idea de cómo hacer su trabajo, eso sí, ¡cómo tecleaba! Se movía por los formularios a la velocidad del rayo. Eso era el

El acuerdo

Aún era pronto para anunciarlo, pero Gemma estaba tranquila por que sabía que lo había conseguido. Habían sido semanas de duras reuniones con los japoneses, muchas ofertas, documentos firmados, largos viajes... pero todo había salido a la perfección. Ojeó el impreso que tenía en las manos y que confirmaba por fin el inicio de sus relaciones comerciales. Sólo faltaba su firma para que el acuerdo estuviera cerrado. Sacó su bolígrafo y lo apoyó en el papel con cuidado para dibujar su rúbrica. Cuando completó el trazo, el círculo se cerró. En la otra punta del mundo, alguién sonrió con malicia. Otra nueva alma para su colección.

Barbalila

El capitán Barbalila reunió a la toda la tripulación. —¡Sois escoria! —Aporreó la mesa con su garfio. —¡Escoria!, ¡escoria! —repitió el loro que revoloteaba por el camarote. —Hay un ladrón entre nosotros. Alguien ha robado la última botella de grog. —¡Ladrón!, ¡ladrón! Los piratas se miraron unos a otros, aunque todos sabían quien había sido, nunca lo delatarían. Por eso Larry el Tuerto actuó. —He sido yo, capitán —susurró. —¡He sido yo!, ¡He sido yo! Barbalila sacó su mosquete y disparó. Jon, el loro, cayó muerto. Tras la confesión del criminal, todos volvieron a sus quehaceres en el barco. Sí, el capitán Barbalila era un poco imbécil.

El atraco perfecto

Ese cacharro no daba mas de sí, por más que pisara el acelerador, no tiraba. —¡Joder! ¡Los tenemos encima! —chilló su compañero con la pistola todavía en la mano. —Ya lo sé… ¡Hago lo que puedo! —Intentó concentrarse en la carretera. Tenía que haber alguna forma de salir de esa. La sirena se escuchaba cada vez más cerca. El atraco había salido a la perfección, pero la huida… ¡vaya mierda de huída! En cuanto habían pisado la autovía, la poli se había puesto tras ellos. ¿Cómo se habían dado cuenta tan rápido? Era imposible. A no ser que hubiera algún soplón... De pronto, pasó lo que tenía que pasar y el motor reventó. Lo mejor fue la cara de idiotas que se les quedó cuando el coche patrulla pasó de largo.

Buenos amigos

—Venga, échate otra, tío. Yo te invito. No me encuentro nada bien, es raro, pues sólo hemos bebido cerveza. Miro el reloj, son casi las dos de la madrugada. Pero hace tanto que no quedo con Mario que no puedo negarme. —Vale, una más y me piro —respondo con un bostezo mal disimulado. Agita el botellín en dirección al camarero que enseguida nos acerca un par más. No me esperaba que Mario me llamara. Después de lo de Lola, las cosas no habían acabado demasiado bien entre nosotros. Pero la verdad es que me alegro de poder hablarlo y solucionarlo al fin. Siempre hemos sido buenos amigos. Doy un sorbo a mi botellín, pero me sabe fatal. En serio, ¿qué lleva esta cerveza? Me siento extraño, entumecido. —¿Estás bien? —Mario me mira preocupado. —Vamos fuera para que te dé un poco el aire. Asiento y permito que me guíe. La cabeza me empieza a dar vueltas. No puedo pensar. Cuando pisamos la calle todo se oscurece y pierdo el conocimiento. Un sonido me despierta. Tengo los ojos

El hombre invisible

Hacía días que Martínez no aparecía por la oficina. Nadie se había percatado de ello. Ni siquiera su jefe. Sus vecinos tampoco se habían dado cuenta de que no lo habían visto entrar o salir de casa. Había sido invisible hasta que hallaron su cadáver, que llevaba varias semanas colgado en la cocina. A su lado una nota rezaba: «Ahora sí me veis»

Feliz año

—¡Feliz año nuevo! —gritó el presentador en la tele. Una lágrima resbaló por su mejilla mientras masticaba la última uva. Sería el primer año que iba a pasar sola