—Tiene usted un problema —dijo frunciendo el ceño. Volví a pulsar el interruptor observando cómo la bombilla se encendía. —¿Va a dejar de…?
Calló cuando apagué la luz de nuevo. Lanzó un bufido y se cruzó de brazos. Le ignoré, solo tres veces más. Después de eso ya podríamos entrar en la consulta.
Clic, luz encendida; clic, luz apagada; clic, luz encendida... ¡Listo! Le miré y sonreí haciéndole una reverencia para que pasara dentro.
—Está como las cabras —farfulló en voz baja mientras entraba.
Me encogí de hombros y señalé el diván para que se acomodara. Solía escuchar este tipo de comentarios a todas horas. No entendían que, para mí, realizar estos pequeños rituales era algo sagrado.
Me senté y ojeé el informe de mi paciente que me observaba con desconfianza. Seguro que pensaba que se me iba la cabeza… pero al fin y al cabo, no era yo el que tenía que ir al psiquiatra.
Relato finalista del #AdvientoLiterup2018 plataforma Literup día 22/12
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