Habían pasado muchos años. Demasiados. Las arrugas en su piel lo demostraban. Apenas podía caminar erguido y los dolores le martirizaban cada vez más. Sin embargo ella seguía igual que el primer día. Joven, guapa, radiante. Y, como siempre, le miraba con una preciosa sonrisa. Casi no parecía ni que estuviera muerta.
Siempre le habían dicho que era muy guapa, que llegaría muy lejos en la vida. Al principio no lo entendía, ¿qué tendrá que ver ser guapa con conseguir lo que quería? Pero el tiempo les dio la razón. Ser atractiva le había abierto muchas puertas. Era algo asqueroso. Pero en cierto modo le hacía sentirse mejor cuando los destripaba.
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