Todo lo que dibujaba se hacía realidad, y lo que en principio le había parecido un don maravilloso, ahora era una auténtica pesadilla. Sobre todo por que ya no podía hacer lo que más le gustaba sin que hubiera consecuencias.
Apoyó el lápiz en la lámina y empezó a trazar líneas con convicción. Sería su último trabajo, su última viñeta. Al acabarlo lo contempló: era el dibujo de un hombre que se parecía a él mismo. Pero le faltaba algo… ese brillo en los ojos, ese color rosado en sus mejillas. No daba la sensación de que estuviera vivo.
Sonrió satisfecho y se sentó a esperar.
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