Martín miró a su alrededor. Toda la habitación estaba pintada de un horrible rosa chicle. No podía quejarse: su amiga se había ofrecido a hacerle el trabajo gratis, como práctica, y él había cometido el error de confiar plenamente en su criterio. ¿Y qué podía hacer ahora? ¿Decirle la verdad y disgustar a su amiga? ¿Mentirle y tener que vivir en esa habitación sin mirar las paredes?
Sintió un golpecito en el hombro, ella lo miró expectante, esperaba una respuesta. El sonrió y empezó a hablar sin tener clara su decisión..
—Pues mira, Ana, te voy a ser sincero…
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