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Insaciable


Era insaciable. Su orondo y atiborrado cuerpo era capaz de albergar en su interior todo lo que le suministraban. Parecía no llenarse nunca. Hasta que llegó el momento en el que tuvieron que tomar cartas en el asunto y terminar con aquello.

Bastó con un martillazo para romperlo en mil pedazos.

Separaron las monedas y billetes de los restos de cerámica. La hucha con forma de cerdito estaba casi llena, con eso les llegó para pasar el fin de semana en el balneario

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Hermosa

Siempre le habían dicho que era muy guapa, que llegaría muy lejos en la vida. Al principio no lo entendía, ¿qué tendrá que ver ser guapa con conseguir lo que quería? Pero el tiempo les dio la razón. Ser atractiva le había abierto muchas puertas. Era algo asqueroso. Pero en cierto modo le hacía sentirse mejor cuando los destripaba.

Vlad

Vladimir era un tío pálido, de aspecto enfermizo y muy siniestro. Decían que nunca salía a la calle de día, pero que cuando no tenía más remedio, siempre llevaba un gran paraguas para protegerse del sol que le provocaba graves quemaduras. Hablaban de que era un criminal, de que conseguía bolsas de sangre en el mercado negro. Que con ellas se mantenía vivo, que le hacían más joven. El día que la pequeña Ruxandra desapareció, pensaron en él, y dijeron en voz alta lo que todo el mundo pensaba: Vlad era un vampiro y seguramente la niña era una de sus numerosas víctimas. Nadie dudó de su culpabilidad y sin pensarlo dos veces irrumpieron en su casa para lincharlo. El pobre no aguantó demasiado. La niña apareció al día siguiente, se había escondido para llamar la atención. En la autopsia se confirmó que Vladimir tenía porfiria.

De la huerta

—¡Compre productos de la huerta! —Eduardo se desgañitaba desde su puesto del mercadillo para atraer clientes— ¡Cultivados de forma natural y orgánica! ¡Sin pesticidas! —¿A cuanto tiene los tomates? —preguntó una señora agarrando un enorme y rojo ejemplar. —A 5€ el kilo. —La señora lo miró incrédula—. Mire, este primero se lo regalo para que pruebe lo bueno que es —le contestó a la par que le guiñaba un ojo. La señora se fue muy contenta pensando en la ensalada que le iba a preparar a su marido. Eduardo sonrió. Una vez que lo probaran, estarían enganchados.