
Tenía sed, se había magullado el cuello al intentar alcanzar el bebedero, pero su esfuerzo había sido en vano: estaba vacío.
No podía apartar la vista de la puerta, su dueño podría aparecer en cualquier momento para liberarle de esa tortura.
El sol, en lo más alto del cielo, le quemaba la piel, el cuerpo le picaba tanto que ya no le importaba el dolor intenso que le producía rascarse.
Se sentía solo y muy cansado. Se tumbó de lado, aprovechando la escasa sombra que le brindaba la corta cadena con la que estaba atado. Antes de cerrar los ojos, volvió a echar un vistazo a la puerta, después se abandonó, si saber que su dueño hacía semanas que había decidido ese destino.
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