—¡Madre mía!, ¡esta juventud, qué poca educación! ¡Con lo mayor que soy y nadie me deja sentarme! —gritó la emperifollada señora en mitad del abarrotado autobús.
Un pobre hombre con aspecto cansado y ataviado con un mono sucio de trabajo se levantó ofreciéndole su asiento.
Ella ni se lo agradeció. Era su obligación el servir a un ser superior.
Un pobre hombre con aspecto cansado y ataviado con un mono sucio de trabajo se levantó ofreciéndole su asiento.
Ella ni se lo agradeció. Era su obligación el servir a un ser superior.
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