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El nuevo dios

—¡Madre mía!, ¡esta juventud, qué poca educación! ¡Con lo mayor que soy y nadie me deja sentarme! —gritó la emperifollada señora en mitad del abarrotado autobús.

Un pobre hombre con aspecto cansado y ataviado con un mono sucio de trabajo se levantó ofreciéndole su asiento.

Ella ni se lo agradeció. Era su obligación el servir a un ser superior.


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Hermosa

Siempre le habían dicho que era muy guapa, que llegaría muy lejos en la vida. Al principio no lo entendía, ¿qué tendrá que ver ser guapa con conseguir lo que quería? Pero el tiempo les dio la razón. Ser atractiva le había abierto muchas puertas. Era algo asqueroso. Pero en cierto modo le hacía sentirse mejor cuando los destripaba.

Vlad

Vladimir era un tío pálido, de aspecto enfermizo y muy siniestro. Decían que nunca salía a la calle de día, pero que cuando no tenía más remedio, siempre llevaba un gran paraguas para protegerse del sol que le provocaba graves quemaduras. Hablaban de que era un criminal, de que conseguía bolsas de sangre en el mercado negro. Que con ellas se mantenía vivo, que le hacían más joven. El día que la pequeña Ruxandra desapareció, pensaron en él, y dijeron en voz alta lo que todo el mundo pensaba: Vlad era un vampiro y seguramente la niña era una de sus numerosas víctimas. Nadie dudó de su culpabilidad y sin pensarlo dos veces irrumpieron en su casa para lincharlo. El pobre no aguantó demasiado. La niña apareció al día siguiente, se había escondido para llamar la atención. En la autopsia se confirmó que Vladimir tenía porfiria.

De la huerta

—¡Compre productos de la huerta! —Eduardo se desgañitaba desde su puesto del mercadillo para atraer clientes— ¡Cultivados de forma natural y orgánica! ¡Sin pesticidas! —¿A cuanto tiene los tomates? —preguntó una señora agarrando un enorme y rojo ejemplar. —A 5€ el kilo. —La señora lo miró incrédula—. Mire, este primero se lo regalo para que pruebe lo bueno que es —le contestó a la par que le guiñaba un ojo. La señora se fue muy contenta pensando en la ensalada que le iba a preparar a su marido. Eduardo sonrió. Una vez que lo probaran, estarían enganchados.