
—Pobre diablo —dijo la mujer secándose las lágrimas con un pañuelo—. Está claro que el miedo a morir le ha hecho arrepentirse de todo lo que le hizo a mi niña. Dios lo perdone.
Pero ni tenía miedo a la muerte, ni se arrepentía de lo que había hecho. Eso sí, le tenía pánico a las agujas.
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