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La alquimista - #AdvientoLiterup2018 (Muérdago)

Su mentora le trajo tres matojos de muérdago. Los agarró emocionada y corrió a encerrarse en sus aposentos: Era el ingrediente que le faltaba.

Separó, distraída, las hojas para la poción de amor, mientras pensaba en el conde. Qué apuesto era, ¡y qué fuerte! ¡Por fin vivirían juntos en la gran hacienda! Después machacó con rabia las tóxicas bayas para crear el veneno que acabaría con la condesa y le dejaría camino libre a la felicidad. Trabajó con ahínco en las recetas hasta bien entrada la madrugada, soñando con un prometedor futuro, ardiendo en deseos de besar esa boca perfecta. Exhausta, etiquetó los frascos y descansó.

Quizás fue la falta de sueño o su exceso de imaginación lo que le hizo tener el pequeño descuido que convirtió a la condesa en la viuda más rica del reino.

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Hermosa

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Vlad

Vladimir era un tío pálido, de aspecto enfermizo y muy siniestro. Decían que nunca salía a la calle de día, pero que cuando no tenía más remedio, siempre llevaba un gran paraguas para protegerse del sol que le provocaba graves quemaduras. Hablaban de que era un criminal, de que conseguía bolsas de sangre en el mercado negro. Que con ellas se mantenía vivo, que le hacían más joven. El día que la pequeña Ruxandra desapareció, pensaron en él, y dijeron en voz alta lo que todo el mundo pensaba: Vlad era un vampiro y seguramente la niña era una de sus numerosas víctimas. Nadie dudó de su culpabilidad y sin pensarlo dos veces irrumpieron en su casa para lincharlo. El pobre no aguantó demasiado. La niña apareció al día siguiente, se había escondido para llamar la atención. En la autopsia se confirmó que Vladimir tenía porfiria.

De la huerta

—¡Compre productos de la huerta! —Eduardo se desgañitaba desde su puesto del mercadillo para atraer clientes— ¡Cultivados de forma natural y orgánica! ¡Sin pesticidas! —¿A cuanto tiene los tomates? —preguntó una señora agarrando un enorme y rojo ejemplar. —A 5€ el kilo. —La señora lo miró incrédula—. Mire, este primero se lo regalo para que pruebe lo bueno que es —le contestó a la par que le guiñaba un ojo. La señora se fue muy contenta pensando en la ensalada que le iba a preparar a su marido. Eduardo sonrió. Una vez que lo probaran, estarían enganchados.