
Separó, distraída, las hojas para la poción de amor, mientras pensaba en el conde. Qué apuesto era, ¡y qué fuerte! ¡Por fin vivirían juntos en la gran hacienda! Después machacó con rabia las tóxicas bayas para crear el veneno que acabaría con la condesa y le dejaría camino libre a la felicidad. Trabajó con ahínco en las recetas hasta bien entrada la madrugada, soñando con un prometedor futuro, ardiendo en deseos de besar esa boca perfecta. Exhausta, etiquetó los frascos y descansó.
Quizás fue la falta de sueño o su exceso de imaginación lo que le hizo tener el pequeño descuido que convirtió a la condesa en la viuda más rica del reino.
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