En su ciudad nunca nevaba, llovía mucho, muchísimo, pero jamás caía nieve. Por eso cuando se despertó por mañana y vio por la ventana toda la calle blanca, se emocionó, se vistió con su jersey más grueso, y se puso abrigo, gorro, bufanda y guantes. Bajó de tres en tres los escalones. Al salir del porta y mirar a su alrededor, bufó desilusionado, se dio la vuelta y volvió a subir a casa. Algún imbécil se había divertido esa noche jugando con pintura.
Siempre le habían dicho que era muy guapa, que llegaría muy lejos en la vida. Al principio no lo entendía, ¿qué tendrá que ver ser guapa con conseguir lo que quería? Pero el tiempo les dio la razón. Ser atractiva le había abierto muchas puertas. Era algo asqueroso. Pero en cierto modo le hacía sentirse mejor cuando los destripaba.
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