En su ciudad nunca nevaba, llovía mucho, muchísimo, pero jamás caía nieve. Por eso cuando se despertó por mañana y vio por la ventana toda la calle blanca, se emocionó, se vistió con su jersey más grueso, y se puso abrigo, gorro, bufanda y guantes. Bajó de tres en tres los escalones. Al salir del porta y mirar a su alrededor, bufó desilusionado, se dio la vuelta y volvió a subir a casa. Algún imbécil se había divertido esa noche jugando con pintura.
Un microtrance es un viaje, un momento. Una bocanada de inspiración. Una pequeña historia que sale de su escondite y muestra un poco de mi alma. Si te atreves, estás invitado a leerlos.
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