Todos los días pasaba por delante de la joyería camino al trabajo, y siempre se fijaba en los pendientes con diamantes que había en el escaparate. Le había dicho a su marido un montón de veces lo bonitos que eran. Por eso, cuando pasó el día de su cumpleaños y vio que no estaban, se volvió loca de la alegría. No se merecía a su marido, se había gastado un dineral en comprarlos.
Estuvo todo el día nerviosa, y al llegar la noche habían quedado para cenar fuera.
—Cariño —dijo él cuando estaban en los postres—, te he comprado un regalo.
Sacó una cajita pequeña del bolsillo.
—Eres un detallista —le dijo con el corazón desbocado. Abrió la cajita y vio dentro un anillo de plata. Cutre. Feo. Barato. Sonrió y continuó—, no deberías haberte molestado.
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